El estilo de vida actualmente repercute en nuestro estado emocional y nuestra salud.
Hoy en día es normal que siempre estemos con prisa; que no tengamos tiempo para darnos un respiro y disfrutar la vida por la que tanto trabajamos día a día.
El estrés surge ante condiciones de adversidad e influye en aspectos fisiológicos, psicológicos y de conducta. Sin embargo, se ha normalizado esta condición.
La respuesta que tiene nuestro organismo ante el estrés se puede describir en 3 etapas:
- Fase de alarma o alerta: se activa el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal que tiene importantes implicaciones en la salud y enfermedad. En esta fase aumenta el gasto cardiaco, la frecuencia respiratoria, presión arterial en respuesta a la lucha-huida. Al mismo tiempo se inhiben nuestras funciones de alimento, digestión, sueño y reproducción, si el estrés se prolonga entra en la segunda etapa;
- Fase de resistencia o defensa: soportamos el estrés físico y mental, sin embargo, esto agota las reservas orgánicas de nuestro cuerpo disminuyendo el funcionamiento neuroendocrino, pasando a la tercera etapa;
- Fase de agotamiento: como la exposición al estresor se ha prolongado e incluso elevado se convierte en estrés crónico que favorece los desajustes hormonales, regulación energética y altera nuestras conductas de alimentación dando lugar a una condición fisiopatológica o enfermedad.
Por consiguiente, el estrés crónico afecta el estado de nuestra salud mental y física en forma de dolor muscular, fatiga, hambre, dolor de cabeza o aumento de peso. Este es capaz de hacer cambios en nuestra interacción con el ambiente y la conducta; dentro de ellos está el sobrepeso así mismo la obesidad que es de alta prevalencia en nuestro país en adultos y niños.
Sobrepeso – Obesidad
La conducta alimentaria está determinada a través de las señales neurohormonales derivadas de condiciones psicológicas adversas que acompañadas de gran disponibilidad de comida influyen en nuestra ingesta de alimento por estrés con la intención de sentirnos mejor a través de la comida. En este contexto, la respuesta fisiológica al estrés comienza influyendo en la ganancia de peso paulatina experimentando aumento de la grasa corporal y otras alteraciones metabólicas. Esta respuesta no es precisamente hambre: que es la condición o necesidad de energía para mantener las funciones vitales del organismo, sino un antojo que hace referencia al deseo de un alimento rico en azúcar y grasa que por ser atractivo al paladar resulta en una sensación placentera para los sentidos que reduce el estrés, convirtiéndose en un reforzador asociado a la mejora de los niveles de estrés, por lo que en cada situación estresante nos genera la necesidad de ingerir alimentos densamente calóricos que van a provocar el aumento de peso.
El estrés también inhibe las señales de hambre-saciedad, elevando el cortisol que a su vez eleva los niveles de una hormona liberada por el estómago e intestino llamada ghrelina que en condiciones normales induce la señal de “hambre” cuando no hay alimento o en presencia de ayuno. Esta constante elevación de ghrelina en la sangre causada por el estrés crónico provoca que consumamos grandes cantidades de alimento, surgiéndonos un comedor emocional. A diferencia del estrés crónico, en el estrés agudo experimentamos inhibición de apetito por el estado de alerta, permitiendo que el cortisol promueva la liberación de insulina que en el sistema nervioso nos provocará una señal de saciedad.
Si buscamos perder peso, es muy importante la atención multidisciplinaria (nutriólogo-psicólogo-médico) para conocer la causa del aumento de peso o lo contrario, la dificultad para perder peso. Debido al estrés crónico es necesario que debamos trabajar en todas las áreas de la salud para lograr el objetivo y recuperar el estado de salud sano.
Referencias:
R., Celso, et al. Revista Cubana de Investigaciones Biomédicas. 2018;37 (3). chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/viewer.html?pdfurl=http%3A%2F%2Fscielo.sld.cu%2Fpdf%2Fibi%2Fv37n3%2Fibi13318.pdf&clen=184822&chunk=true